miércoles, 24 de noviembre de 2010

YO NO CREO EN DIOS PORQUE TENGO A MAMÁ TEÓFILA

Mamá Teófila en horario de trabajo...
Chato, yo no lo intindo. Al criincia in dios llaman fi, y al criincia in Pachamama llaman sopersteción... ¿No is lo mismo?

Juan Vilca Mamani
(El campesino que jugó a ser mi padre y perdió...)

Cada vez que mamá Teófila sufre de alguna molestia (dolor de huesos o espalda o cuando le duele alguno de sus hijos), no duda en acudir a la casa de don Pedro Puma Mayta, el reputado curandero del barrio. Sí, a la covacha de aquel soltero “wiracocha” que ve desfilar por su modesto despacho a todas las mamachas de primaria incompleta que le solicitan sus buenas artes en la solución de diversos males, o que le inquieren, entre otras cosas más o menos importantes, por el futuro y el presente de sus respectivos maridos... Que si están siendo vilmente engañadas, que si el esposo les durará hasta la vejez, que si la amante es la joven que vende papas rebosadas en la esquina del mercado, que si le traigo la ropa interior de mi comadre, que si se cansará de la otra y volverá a la casa a ver siquiera a sus hijos, etc., etc.

Mamá siempre se limpia la boca para hablarnos de don Pedro: siempre repite que es efectivo, que siempre acierta con el remedio perfecto, que le atina con los buenos consejos y que, sobre todo, casi nunca se equivoca en sus predicciones..., añadiendo -de pasadita- la cortés orden de que siempre seamos amables con él y le saludemos como a los tíos, con mucho respeto. Cuando le repongo que al curandero ese hay que saludarle como a cualquier vecino de la cuadra y que ella gasta insulsamente dinero en adivinaciones que no tienen ni una gota de fundamento..., se levanta de su destartalado catre, se acomoda el sombrero de paja y me replica, de inmediato, con cada caso que se ha desarrollado tal como ha descrito don Pedro, gracias a la lectura protocolar que hace de la verde hoja de coca; como cuando, por jemplo -me pone un ejemplo muy especial-, después de pasar por la oficina del oraculesco vecino (un cuartucho de medio pelo), coca en mano ella ya sabía, con mucha anticipación, que papá Juan (Juan Vilca digo) la iba a dejar por una señito más guapa y más joven, y todo esto -siempre según ella- a pesar de tener las mejores trenzas del vecindario.

Pero de esa eficacia brujeril que tanto proclama mamá inflando el pecho y levantando el mentón orgullosa de contar con tan buen consejero, con la confianza de saber que ella nunca leerá este post puedo ventilar que, cuando acababa la secundaria, a mi primo hermano, don Pedro, a cambio de la modesta suma de diez soles le adivinó el futuro con buenas nuevas, diciéndole que, por fin, de tanto postular gastando plata en academias, ingresaría a la universidad. En efecto, llegado el momento de cumplirse los viejos augurios, mi primo ingresó -y por la puerta principal- a la Universidad Nacional de San Agustín; pero lo que olvidó decirle el achacoso vidente del barrio era que iba ingresar pero no precisamente para estudiar una carrera, sino para trabajar, para ganarse la vida custodiando el campus agustino de noche. Mis disciplinadores tíos, cansados de tanta gastadera de plata, le habían conminado a buscar trabajo, con el ultimátum de desahuciarlo si no empezaba a pagarse los frijoles por propia cuenta.

Ahora ya no le recrimino su confianza en esa especie de Indio Yatire Coretica, por más que semana a semana, a cambio de las monedas que tanta falta nos hace, le dibuje un futuro cada vez más jodido, con noticias una más jodida que la anterior. Ya me he convencido de que ella lo sabe perfectamente -y mejor que yo, claro que sí-, y que si insiste en visitar la andrajosa dizque oficina del curandero ese, sólo puede ser por dos razones: ora porque la muy sabida le ha echado el ojo al viejo y, dada su deprimente soledad, le provoca un futuro marital a su lado; ora porque esa es una buena manera de prepararse para todo lo malo que siempre está por venir en esta vida que, como ya lo dije anteriormente, se le escapa tan rápido como a un niño se le escurre el agua de las manos.

Y si de veras creyera en los poderes de don Pedro o del Indio Yatire Coretica, ya no tengo cara para reprocharle nada, yo que esperé atentamente la segunda venida de Jesús durante quince años.

Y estas cosas las he terminado de escribir gracias al flaco de los cuentos a medio publicar... que, en medio de una repartija de torta, me alcanzó este volante que, seguramente, navega y sigue navegando por las calles más recorridas de Arequipa, gracias a la inclemente chamba de esas personas -entre niños, abuelos, jóvenes, etc.- que nos alcanzan las hojas volantes que muy rara vez recibimos con atención y amabilidad, si no es que los recepcionamos para usarlos en vez del papel higiénico.

Así pues, gracias a la rapidez y eficacia de Tristan, el preocupado amigo que nos escaneó el volantito, aquí tienen el marquetero anuncio de un curandero que, si no me pongo las pilas, mamá Teófila seguramente visitará para intentar algún amarre, dadas las tremendas facilidades que aquí, el así llamado Hermano Lázaro, impunemente promociona:


Se me ocurre que al susodicho Hermano Lázaro bien puede denunciársele de ser un sicario común y silvestre, con la fachada de curandero. Ese “Venga sin dinero” me preocupa mucho... ¿Cómo no animarse a visitar al Hermano Lázaro si no pide adelanto?

domingo, 14 de noviembre de 2010

ESA MUJER HASTA EL HARTAZGO QUE ES LUCIANA

A los senos que ya
no se acarician...

(Edith, por favor, nada de estar contando esto a mamá... no te vayas a creer que esto es verdad; es una cartita imaginaria a una amiga imaginaria, es decir, un cuentito nomás, como cuando te dije que ya era abogado, como cuando te dije que teníamos papá para rato...)

Al estilo de Erick (sí, el calamaresco flaco de los cuentos a medio publicar), este cuento se soporta mejor escuchando Soy tuyo de Calamaro...

Te hablaré de Luciana, de esa mujer que lo moja todo, de esa hembra que sabe lo que tiene, lo que no le falta y lo que quiere. Mujer hasta el hartazgo (¿qué mujer no lo es?), con once noviembres en el colegio y cinco en la universidad, es una amarilla como Malú, tan odiable como tú...

Y aunque no tiene las caderas tan blancas como la parte inferior de tus senos ni la espalda tan apastelada como la palma de tu mano izquierda, sus pechos, sí, no te hagas la loca y no me pongas cara de “ay, de qué cosas hablas, sus pechos te digo, bien empotrados en el fondo de su ser y tan delicadamente tapizados con el suave y seco color del desierto, son cariñosamente soberbios y petulantes... Sé lo que estás pensando, pero no, te equivocas, no son grandes como le gustan al imbécil que cada que puede te patea la cara y te convierte en su billetera, ni pequeños como los que no quisieras tener y que antes despreciabas hasta reventarte los ovarios, sino, tan sólo del necesario tamaño para que miren de frente con dignidad, con el ímpetu preciso para empinarse cuando alguna mirada libidinosa los aceche.

Siempre me llama para estar con ella, para ayudarla en algo; si no es para explicarle los elementos subjetivos del tipo de algún delito que seguramente acaba de criticar Armaza, para acompañarla a llevar o dejar algo, lo que sea, no importa. Las más de las veces son libros de la biblioteca (cuyos maltratados ejemplares los hace reproducir en La Jaula Editores), otras, muy pocas, un sandwich de huevo con harta mayonesa, pero eso sí, sin mostaza, ¡cómo odia esa mujer la mostaza...!

Siempre participa en clases, unas ocasiones apuntalando con mesura alguna explicación mal dada por el profesor, otras corrigiendo el desliz de algún estudiante cojudo, o, como siempre, resolviendo dudas que el profesor y los alumnos no pueden. Pero qué va, no es para lo que te imaginas, para jabonearse el ego y lustrarse la vanidad como cualquier mujer que pretende ser masculina, no, no, no. Siempre, siempre, siempre es para lo mismo, estoy seguro, segurísimo, siempre es para que los aguantados del fondo, sí, para que el imbécil cabeza de chupetín de la esquina y su camada de chacoteros... inevitablemente le vean levantar y sostener las reverendas tetas, mientras “participa encumbrada por encima de todos los desesperados ojos que también levantan la cerviz poniendo cara de estar mirando una calata.

Sí, sí, como te digo, las soberanas tetas de Luciana, esas cuasidivinas naranjas color desierto que, prodigiosas, rebosantes, altivas, prodigiosas, se anuncian detrás de esa ajustadísima camisa blanca con rayitas tenuemente celestes; de esa blanca blusa que tiene su pico más alto y sexual en esos dos chichoncitos carnosos (de siete milímetros de diámetro si no me equivoco) que, arrechos y unidos por la misma fe (por el mismo gil, diría yo), empujan y empujan, sin cansancio y con tesón, la blanca tela polystel que la madre de Luciana compró en San Camilo (a siete soles el metro cuadrado), y que don Melecio, el viejo verde que vive frente al chongo que es tu casa, tijera en mano ha convertido en el preferido tapatetas de Luciana, porque ya sabes que la muy cojuda se da el lujo de no llevar sostén a la facultad, por el antiputesco privilegio de no necesitarlos.

No es difícil augurar ya la dureza casi metálica que ya han alcanzado esos dos lejanos puntitos rosados que, desde dentro y con la confianza de saberse bien anclados en cerros macizos, empujan la blusa como queriendo escapar locamente del asfixio o del incendio; no es imposible averiguar ya la magnitud de esa fuercita conjunta y olímpica que hace sudar y agitar al pobre y segundo botoncito plateado que, jadeante, resiste por evitar que alguna mirada extraña, y sobretodo masculina, vea más de lo que Luciana ha sentenciado al ponerse la blanca blusa de tela polystel. El cansado botoncito de plástico, que antaño tenía tareas harto menos complicadas como la de decorar la blusa manteca de su madre, ahora, precisamente ahora, tiene que esforzarse y no ceder ni un milímetro ante las miradas enemigas, aunque los pechos de Luciana, que ya han concentrado todos sus nervios en los erizados pezones, pugnen robustamente por salir...

Pero ese par de glandecitos, que ya han cobrado la dureza propia de las habas tostadas, y que ahora parecen dos penecitos achatados y gorditos, ese par de glandecitos, te digo, se van poniendo más rosaditos mientras más fuerza le imprimen a sus desesperados empujones, al punto que desde lejos, quiero decirte, desde la mirada mañosa del imbécil cabeza de astronauta que ya ha clavado sus pupilas en semejante espectáculo, se tornan en rosados color pastel, sí, en rosados bien apastelados gracias a la blanquísima blusa que se interpone entre las miradas abscenas y los incólumes pezones de esa mujer hasta el hartazgo que, como te digo, es Luciana..., la ensuciada Luciana de estos días de depresión, la ausente Luciana de estos días inhóspitos.

Y en último término, todo esto siempre es para lo mismo: para que las putescas ganas que le tiene el imbécil que ya la ha ultrajado con sus pupilas... se concreten y se hagan carne; para que de una buena vez el imbécil de marras mande al carajo los botoncitos plateados de madera fina y le rompa la blanca blusa de tela polystel cualquier día de estos... Y estoy seguro que ni siquiera importa el lugar, la hora o el día, tan sólo que suceda, que suceda... Y todo para que ese vil pendejo, sin permiso y sin preservativo (porque estoy seguro que no los usas maricón de mierda, porque así embarazaste a mi flaca hijo de las mil putas), se desarme encima de Luciana y le ensucie su flor inmediata, antes de besarla por delante y por detrás.

No festeje caro lector, que no hemos acabado. Por razones más de tiempo que de espacio, esto tendrá que continuar, no en otro post, sino en el siguiente e inmediato post, que no es lo mismo. Pero eso será para otro día. Mañana tengo chamba y el blog todavía no nos da de comer...

Y DESPUÉS DE CALAMARO, CRISTIAN PELÁEZ EN AREQUIPA

viernes, 12 de noviembre de 2010

NO IMPORTA, HAY QUE RENDIRLE CULTO A LOS MOCOS DE CALAMARO

Flaco, flaquito, no me claves tus puñales...

Acabo de leer el último post de Orlando Mazeyra sobre la llegada de Calamaro a Arequipa. Le he dejado un comentario y la pantalla del monitor me ha dicho que me espere a que Orlando apruebe mi comentario para ser publicado. Obediente esperaré con calma... ¿qué otra cosa podría hacer?

Con la plata que tiene y con los bienes que no le hace falta, no creo que a Calamaro le cueste mucho soltarse la lengua y hablar lo que le venga en gana, así no tenga ni dos dedos de razón en las cosas que diga. Es imposible que pueda desilusionar a los que le siguen y es imposible que haya desilusionado a no pocos de los más de 22 mil exultantes de sus seguidores el año 2005, en un concierto en el estadio de Obras Sanitarias, en Buenos Aires, como temió Orlando Mazeyra.

Calamaro puede promover y aplaudir las corridas de toros, tirar basura al suelo, violar a una anciana, hacer avioncitos de papel, asaltar a un pibe o matar a su vecino... y no pasará nada malo con su carrera musical: las gentes pasarán por alto todas estas cosas -juntas si se quiere-, con tal de seguir escuchando al poeta cantar.

Si Calamaro matara o violara por el motivo más vil posible a cualquier persona y luego saliera libre por cualquier ignominosa circunstancia, luego luego llenaría nuevamente los estadios y su bolsillo. Así que no importa lo que diga Calamaro, no importa en qué postura política meta sus narices, no importa si critica o no al gobierno de turno o si es complaciente con el fallecido Néstor Kirchner, no importa, siempre quedará, inevitablemente, bien parado, muy bien parado...

Sus seguidores sólo quieren ver al músico genial, al poeta que les canta en el baño, la sala, la calle o el jardín, al sinverguenza que les arranca la piel con cada canción, al salmón que les pasa los poemas por la espalda. Lo demás, los pedos que se tira como cualquier mortal, las patadas o puñetes que puede meter a mansalva, los mocos que se puede comer, lo corrupto o engreído que pueda llegar a ser... no importa, no importa, no importa, por dios, no importa... todas esas cosas juntas pueden esperar en el desván de las anécdotas... Así de comprensibles pueden llegar a ser  sus seguidores, pueden limpiar al genial músico de todas todas sus mezquindades, pueden separar con meridiana claridad, como ellos dicen, al artista del ser humano, pueden mitificarlo todo, hasta rendirle culto a sus mocos. Él ya nos lo enseñó... no importa lo que hagas... te quiero igual... incluso más.

No importa, Calamaro es Calamaro y punto, no se admitan más discusiones... Y con tal de saltar dos horas cual delincuente de barra brava y perder la cordura, tomar un poco o mucho… y hacer el amor si es que se da la oportunidad… bien vale pagar lo que cuesten las entradas. ¿No dicen que el Perú está creciendo económicamente y que ahora podemos darnos el lujo de pagar por ver a cuanto artista querramos?

jueves, 11 de noviembre de 2010

OMAR & HUMOR

Genial caricatura de Omar Zevallos
Ayer (y digo ayer porque ya son alrededor de las dos de la madrugada mientras el sueño no me vence), ayer, repito, alentado por una llamada que me sacó de mi encierro cuartelario, asistí nada menos que a una muestra... ¿adivinan de qué?... pues de caricaturas. Felizmente no se trató de un congreso de derecho constitucional... ja ja ja. La llamada se había limitado a hacerme saber que la muestra iba a estar “muy buena, nada más. La cita era en El cultural, institución harto conocida. Como quien “no quiere la cosa”, o mejor, como quien quiere canjear su depresión por cualquier cosa, así sea una pelea de perros, decidí asistir, esperando algo así como una sorpresa en mi cumpleaños (no una torta por favor).

Apenas llegué al lugar, el cargoso wachimán que custodiaba la entrada, se aseguró de que no entre al fondo y me quede en el primer salón, donde las gentes contemplaban la susodicha muestra. Ni bien entré, lo primero que vi fue un baner mediano, aproximadamente de un metro por metro y medio, que me ofrecía nada menos que la gallarda imagen de don Mario Vargas Llosa, el nobel más fresquito de literatura. Fue entonces cuando cierto temor (y una secreta emoción) se adueñó de mí: “pero si es la misma caricatura genial que hemos publicado en Contranatura (la revista)”, me dije para mí mismo. Él lector se pregunta a cual de todas las que se han hecho en virtud de tamaño escritor mundial me refiero, pues de esta estoy hablando caro lector, mire abajo...

Caricatura bien lograda
y publicada en el 4° número de
Contranatura, la revista
¿No es perfecta?, ¿no nos muestra a Varguitas en toda su solemnidad y soberbia, mirando enojado como diciéndonos para sus adentros “pobres coj...”? Ni bien me adentraba en mi sorpresa, una exposición estaba por comenzar, una exposición a cargo del responsable de todo esto, don Omar Zevallos...

Tiempo ha que no escuchaba con tanta atención y apego una exposición. Me dejé llevar por la manera tan sencilla y coloquial conque el expositor, en un resumen apretado como él decía, nos mostraba a los caricaturistas arequipeños que, según él, habíamos dejado en el desván de la ingratitud. Era pues un esfuerzo por sacarlos a la luz y ponerlos en nuestras narices. Para mí, que lo único que conocía de caricaturas era lo que hacía el maestro Carlín, fue como un rotundo jalón de orejas.

Nombres como los de Guillermo Osorio, Málaga Grenet, Víctor Mendívil, Raúl Valencia, J. C. Málaga alias “Malaguita”, etc., de la mano de sus caricaturas, se me mostraban como lo más graneadito de la arequipeñidad graciosa que yo, y creo que todos los asistentes, habíamos soslayado por mucho tiempo.

Para qué los entretengo más con esta presentación, mejor pasemos a ver algunas de las caricaturas de Omar, que yo, arbitrariamente, he seleccionado. Como no podemos poner todas las caricaturas en este post, invito al lector a que dirija la mirada al lado derecho de su pantalla y baje la mirada; después de las portadas de Contranatura (la revista), podrá apreciar usted una quincena de caricaturas. Y si quieren ver más, pues len dejo el linck para vuestro deleite aquí.

Autocaricatura del genial Omar Zevallos
Ah, revisando su blog (Omar & Humor), me dí con la sorpresa de que en nuestro cuarto número, además de la de Vargas Llosa, también publicamos la caricatura de Carlitos Marx que hiciera don Omar, la misma que voy a poner en el post anterior a este (El Nietszche que me sacó a Marx). Y como último dato, me dice la autora de la llamada, que la caricatura de Juan Carlos Valdivia Cano, sí, esa en la que aparece como un griego de segunda mano, fue hecha precisamente por Omar Zevallos, lo cual no me sorprendería por la perfección de la caricatura y, lo que por cierto, me haría feliz... Pondré la caricatura de Juan Carlos en un próximo post. Ahora ojos a la obra pues...



P.D. Ah, Erick, no te quedarás con las ganas, también tenemos a Cortázar entre las caricaturas de Omar...

Todo sea por el blog, añadimos la genial caricatura de Hitler hecha por Omar...


jueves, 4 de noviembre de 2010

EL NIETZSCHE QUE ME SACÓ A MARX

En una de las paredes sucias y despintadas de mi habitación (donde muchas veces me preparé para la revolución y donde no pocas ingenuamente intenté hacer el amor) colgaba un hermoso cuadro de la imagen de un guapo y fino señor que fuera considerado por el mundo entero, según me lo hizo saber mi desquiciado profesor de sociología, el pensador más grande de los últimos tiempos, más precisamente, del segundo milenio. Me refiero, pues, a la fotografía del ciudadano internacional de Tréveris, el panzón Karl Marx.

Estaba pintado en blanco y negro, con trazos suaves y finos; una auténtica fotografía que evoca mi paso lamentable por los colegios nacionales. Y no solamente porque el colegio me lo presentó, sino porque lo pinté para un concurso de periódicos murales interclases, en el meolvidegésimo aniversario del colegio. Empotrada en la pared de mi cuarto durante más de un quinquenio, el acomodado y culto Karl Marx era Carlos Marx para mí.

A mis 15 años tuve ocasión de conocerle, como digo, en el colegio, en las sesiones del curso de historia universal. Ni bien me enteré que sus obras eran, en síntesis, un programa para organizar a la clase proletaria en aras de la revolución, o lo que es lo mismo, de su liberación, me cayó simpatiquísimo, como calzoncillo nuevo a la medida. Siempre que me hablaban de él me lo imaginaba como a un Jesucristo (muy subido de peso) haciendo política; mostrando desgarro y aflicción por la miserable situación en la que veía vivir a esa recua de obreros por los que sólo sacó la cara y los pensamientos, cuando lo que promocionaba eran los puños.

Caricatura de Omar Zevallos
Una porquería de casa carente de los servicios que llaman básicos, una madre deambulando con sus golosinas y sus llantos, un padre albañil en constante espera de cachuelos y alegrías, unos hermanos de papel ultrajados por la miseria, unos profesores con viejos rencores y aflicciones, un poco de envidia reprimida y un mucho de sueños hiperfrustrados, resolvieron, sin que tenga clara conciencia de ello en aquella pueril ocasión, mi franca adhesión a ese asurador programa, a ese agitador embeleso adolescente.

En aquella época, yo, hecho todo un prosélito marxista (nada más que en el sentido emocional de la palabra por si acaso), tenía a la política como mi inexorable destino. Eso era el señor Marx para mí, ni más ni menos que actitud política; es decir, interés por acomodar el mundo al gusto de los que vivimos “mal” aquí y ahora, al gusto mío. Cada que me doy una vuelta por mi lote apostado en ese complejo de pueblos jóvenes bañado en polvo y sin agua potable a la mano (Cono Norte le llaman), le recuerdo clarito. Hacen falta tantas cosas, tantas cosas.

Pero ahora, cada que le leo, me lo imagino rechoncho, grasiento y de finas posturas. Sumamente ocioso, no haciendo otra cosa que leer y pensar, oyéndole hablar del trabajo, a él, nada menos que a él que nunca supo lo que es trabajar, que siempre vivió mantenido y a expensas de sus amigos. Me lo figuro hablando de la triste situación de los obreros, a él, que se dedicaba a despilfarrar el dinero que se le proveía, a él, que nunca trabó amistad con uno sólo de los obreros.

Siente ensayos de interpretación de la realidad peruana es el rótulo simplón de un libro viejo y sucio que, azuzado por mi engatusador marxismo, adquirí en uno de esos lugares informalísimos que conocemos como cachina. No olvido que después de un intenso y fracasado regateo resolví comprarlo por la franca adhesión que me causaron las seductoras advertencias que el autor, don José Carlos Mariátegui, hizo prosperar ante mí, tacaño e iluso lector: “Mi trabajo se desenvuelve según el querer de Nietzsche, que no amaba al autor contraído a la producción intencional, deliberada, de un libro, sino a aquél cuyos pensamientos formaban un libro espontánea e inadvertidamente. Muchos proyectos de libro visitan mi vigilia: pero sé por anticipado que sólo realizaré los que un imperioso mandato vital me ordene. Mi pensamiento y mi vida constituyen una sola cosa, un único proceso. Y si algún mérito espero y reclamo que me sea reconocido es el de –también conforme a un principio de Nietzsche– meter toda mi sangre en mis ideas.”

¿Quién es este tal Nietzsche al que, en lo más fundamental, se remite nada menos que este señor que tengo por auténtico marxista y camarada mío? Tal fue la hermosa inquietud que me asaltó desde el primer momento, inquietud a la que le debo la descomunal dicha de estar en estos momentos frente al lector al través de este post.

En plena búsqueda me dijeron que el tal señor Nietzsche fue en teoría lo que el señor Hitler en la práctica. La cosa se puso más interesante aún. Hitler, Adolf Hitler, el Führer, el más grande estadista que me había señalado la historia de los vencidos, y cuyos cojones desde siempre y sin saberlo habían perturbado secretamente mis melosos ideales de justicia, garantizaba dicha búsqueda. Según se me informó aquella vez, Nietzsche era algo así como el forjador de un evangelio de la delincuencia, el crimen y el terror. Un hacedor de reos y barras bravas. Con su frente amplia, sus ojos hundidos, sus menudas orejas y su bigote de brocha, me lo imaginaba como al patrón eventual de mi padre: colérico, renegón, amargado.

Hoy, pasado el tiempo, le tengo como el más grande justificador de conductas, como la dinamita en los libros de filosofía, como el Führer entre tanto político barato y de segunda mano. Ahora sé que lo que les vinculaba no solamente era la Alemania que querían, sino también el honor con que se entregaban a esa causa. A tiempo de conocerle pues, he de confesar que me arrimé a su violenta filosofía, sencillamente porque él me significaba una perfecta excusa (la más perfecta, la más razonable) para dar rienda suelta a lo que se llaman mis bajos (y altos) instintos. En suma y para acabar con esta perorata, si el señor Marx significaba (repito, significaba) para mí actitud política, el señor Nietzsche –más bravío y malcriado que el anterior–, es actitud ética. Si el primero era independencia, el segundo es libertad. Ante la insurgencia de un lobo como Nietzsche, Marx se quedaba atrás, muy atrás, como una perversa oveja negra.