lunes, 24 de enero de 2011

MARIANO H. CORNEJO, un viejo crítico del sistema inquisitorial

Querer buscar la verdad en una declaración escrita, es como querer medir la intensidad de la luz y del calor de una lámpara apagada. Mariano H. Cornejo

Esto de trabajar y estudiar al mismo tiempo, sobre todo trabajar… está arruinando los escasos días de vida que me quedan. Y aunque todavía, a pesar de lo que me enseña el espejo todos los días, no me siento flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones, debo advertir que cada día me parezco más al Perú, a este país que, como ya lo dijera alguien, es como un adolescente que todos los días hace lo mismo y se acuesta deprimido.

viernes, 14 de enero de 2011

CONSTITUCIÓN POLÍTICA DEL PERÚ 1993, realmente actualizada 2011.

Ciertamente la Constitución, nuestra Constitución –aunque muchas veces no estemos de acuerdo con ella y le lancemos nuestros dardos–, no es la misma desde que entrara en vigor allá en el último día del movido 1993. Ciertamente, como lo han hecho sus predecesoras, la Constitución ha tenido que ajustarse la cintura a los sobresaltos políticos y sociales que, desde siempre y en todo lugar, redistribuyen y reajustan el poder político en una sociedad. Y ciertamente, no podremos quitarnos –como nadie puede zafarse de su sombra– esta terca costumbre de hacer la Constitución al andar… No hay modo: la reforma total o parcial de la Constitución es la sentencia absolutoria de los pueblos, el ejercicio de su libertad soberana para hacerse una Constitución a su gusto, como los caballeros se componen un terno a la medida.

Ahora bien, desde el mismísimo pináculo de nuestro sistema jurídico, el Tribunal Constitucional, viene promoviéndose una nueva forma de concebir (entender y aplicar) el derecho; una actitud política –se repite hasta el cansancio– que encuentra en el respeto pleno e irrestricto a la Constitución (¡a cada uno de sus “preceptos”!), la razón de la validez jurídica del resto de normas que componen el ordenamiento jurídico; así –se repite y repite como estribillo–, que la Constitución es el escudo idóneo para proteger derechos fundamentales y el Tribunal Constitucional el supremo guachimán encargado de custodiar su plena vigencia.

Puesto en el tapete el lugar encumbrado que hoy por hoy ocupa la Constitución y, aceptando el inevitable hecho de sus reformas, se hace necesaria pues la tarea de enseñarla y ponerla en manos de todos los ciudadanos y de los que, en poco, lo serán; desde el Presidente de la República hasta el último dirigente de pueblo joven, desde el magistrado que se hace limpiar las botas hasta la señora que vende tamales, desde el taxista que surca las calles de la ciudad hasta el alumno que tiene que caminar una hora para cubrir dos cerros y llegar a su colegio. Pero no se trata de poner a su alcance cualquier Constitución, sino, una que de verdad esté completamente al día y bien confeccionada.

Es lamentable ver con cuánta desidia, negligencia e irresponsabilidad se enseña el texto de la Constitución en los colegios, las academias preuniversitarias y, claro, las universidades. Constituciones que anunciando estar completamente actualizadas no consignan sus reformas constitucionales; profesores y catedráticos que con fuerza y convicción afirman y confirman la actual vigencia de normas ya expulsadas de la Carta constitucional; y, sobretodo, la mansedumbre corderil de una legión de estudiantes y profesionales inducidos al error, han sido las razones que hoy nos han colocado en la empeñosa y gustosa labor de ofrecerle, caro lector, un texto constitucional realmente actualizado y, por supuesto, pulcramente editado.