viernes, 25 de diciembre de 2009

A GUISA DE INTRODUCCIÓN

Contra todo lo que podría esperar un lector poco atento
de Nietzsche, no son las obras ni la insondable ambigüedad

de la acción lo que define para él la nobleza de un hombre,
sino su fe. La fe: es decir,“una certeza básica que un alma
tiene acerca de sí misma, algo que no se puede buscar, ni
encontrar, ni, acaso, tampoco perder: el respeto a sí misma.”
Juan Carlos Valdivia Cano


Un malpensado como don Friedrich Nietzsche, el más psicólogo entre los psicólogos que hasta hoy han sido, no dudaría un segundo en juzgar –estimo yo– que este flojo y desabrido blog no es otra cosa que la caprichosa pataleta de un mocoso arrebatado, engreído y desubicado; a quien, muy lastimosamente, la suprema incomprensión de la voluntad de poder en su versión académica, esto es, la voluntad de poder en su disfraz dizque intelectual, a punta de resquemores y cual fuerza física irresistible, le ha compelido a despedir sus primeras y purulentas secreciones.

Este sumo pontífice de la videncia psicológica, cual espada del augurio, puede escarbar y husmear mi alma defectuosa (y mi cuerpo desvaído) para, de pronto y sin permiso, juzgar lo que mejor le venga en gana o lo que más se acomode al gusto de su paladar. No he de mostrar reluctancia a sus desvelos por cuanto le está permitido toda vez que es su arte y su derecho ganado a pulso. Mas, me pregunto, ¿tendrá razón?, ¿no tengo derecho, acaso, a no mostrarme tal cual soy?

Pero en fin, lo incontestable es que su sano escepticismo no cree en “bondades” ni, claro, en el “servicio a los demás”. No cree en la existencia de un instinto del conocimiento como el impulso y la fuerza de la filosofía. Muy al contrario proclama –cuando no insinúa– que otro instinto más perverso hace del conocimiento (o como él mismo aclara, del desconocimiento) su medio más efectivo para someter y tiranizar al tiempo que nos conduce a una determinada moral, a una calculada perspectiva. A una preparada recua.

Aunque también –hay que decirlo– el filósofo de marras no niega la existencia insólita de tal instinto cognoscitivo en los nobles y auténticos espíritus goethianos (amantes la vida), en quienes se deja columbrar  –cuando no se manifiesta de manera patente– muy desinteresadamente. Una prueba de ello sería, según este agresivo precursor del psicoanálisis, que sus verdaderos intereses se hallan, de común, en otros lugares poco comunes del conocimiento (la familia, el trabajo o la política, por ejemplo).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Teníaaa que serr nietszcheeeeeeeeeeeeeee