martes, 1 de febrero de 2011

GENEALOGÍA DE CONTRANATURA, EL CÍRCULO (1)

La moral contranatural, es decir, casi todas las morales que han existido,
que han sido enseñadas, veneradas y predicadas hasta ahora,
se aplican precisamente a combatir el instinto de la vida...


Contranatura es un peruano pedaleando su triciclo...
  
2007. En el inicio fue Witman, sí, Witman, el más cortés de los estudiantes que nuestra facultad haya visto (así lo reportan mis sondeos femeninos). Amable entre los amables, Witman y sus cariñosos modales no se han desvanecido, y más cuando el tiempo todo lo adereza, exaltando las virtudes y disminuyendo los defectos. En la facultad, eran pues los tiempos de Joven Futuro e Integración Jurídica, el grupo que forjó a punta de congresos. Chontrilo, el cuasi legendario alias que para siempre se echara al hombro la silueta arqueada de Roberto Chirinos, y cuyas artes para la entretenida conversa y la chacota son inigualables (como lo confirman sus interlocutores cotidianos), animaba frenéticamente partidos de futbol y aún no hacía su ingreso oficial en la arena política de la facultad y, por supuesto, de la universidad.


En la casa de cartón y calaminas, era el año del desencuentro: Juan Vilca, después de la caída del dólar, había resuelto dejar a Teófila Apaza como la mujer que es, sola, como una anciana en sus últimos días, sola. En el Perú de todos los días, Alan García, el asesino de la ilusión por antonomasia, nuevamente se echaba al hombro un país de peces olvidadizos. Su colega de asalto, don Alberto Fujimori (sí, ese enésimo presidente de contrabando), miraba desde el Japón, la tierra sobre la que años había hecho sus necesidades. Dante Cervantes, el más apuesto y antidecano de nuestros profesores, esa especie de Nietzsche caviar vestido por el mismísimo John Holden, aún no había regentado nuestra facultad y nadie (nadie, ni él mismo, estoy seguro) imaginaba que se convertiría vertiginosamente en lo que, si no me equivoco, ahora se ha mutado a no creerlo: uno de nuestros mejores profesores (no se exalte caro lector, remítase a sus alumnos de hogaño y, tal vez, me dé un pedazo de razón).

El Comanche, esa versión churrasqueada del militar peruano, como siempre, desde que vino al mundo (o séase, desde que vino a la facultad), saludaba incansable a tirios y troyanos con una amabilidad sólo superable por Witman; el Comanche, les digo más, propietario de una nariz tan respingada que le haría imposible usar lentes, aún no había dado una entrevista y, lo que es mejor, aún no había usado las rodilleras que todos tienen que ponerse, alguna vez, para cuidar el sustento.

Yo, arreado por mi padre (se me había encomendado evitar la frustración familiar y el qué dirán de los vecinos), tenía que volver (y en efecto volví) a la facultad, después de dos años, uno de trabajo y otro de tuberculosis, sí, de esa enfermedad que el paisano existencial de Camus me enseñó a cobijar como la copa que recibe un buen sorbo de vino. Aquel coqueteo con la muerte sólo pudo dejarme flaco y escéptico de por vida.

Ella, la traviata, me había dicho que el primer puesto en la general de sociales tenía serias intenciones de fundar un grupo de estudios que, en suma, entendiera el derecho como acto político. Su nombre, Abdón, por lo menos en aquel momento, no me dijo nada, pero luego, su petulante abdomen terminó diciéndomelo todo. Ahora que me pregunto a qué se debe su tan prodigiosa memoria que muchos han celebrado incontables veces, me respondo que tal vez el secreto reside en almacenar los recuerdos junto a la comida.

Sigamos. Ella le había contestado que yo estaba interesado en conocer compañeros que quieran leer y discutir las obras de Kelsen, nada más... y también nada menos. Ella concertó la cita en el segundo piso del pabellón antiguo a las 3:30 de la tarde. El dueño del abdomen llegó puntual, como quien asiste a una clase del doctor Salas Arenas, el más puntual de los hombres que nuestra facultad haya cobijado. Lo escuché, me escuchó, nos despedimos. “Esto es el colmo, aquí no se hace Ciencia Política, y esto nos pone en total desventaja frente a otras facultades de derecho”, me había dicho con una voz gangosa pero fuerte, y con aquella tamaña indignación conque los padres reclaman justicia para la hija violada.

Yo era (sigo siendo, y a mucha honra, como decía María, la del barrio) el lazarillo de Juan Carlos Valdivia Cano (por favor, si ahora puedo mirar más es a condición de haberme subido sobre sus hombros). Como su servicial pongo, yo dictaba clases en primer año y en esa perversa y placentera chamba era feliz hasta el hartazgo, feliz como un camello en el Amazonas, feliz como una tortuga caminando en paz, feliz como un libro de Cortázar en las manos de Erick (el flaco de los cuentos a medio publicar), hasta que Chontrilo me acusara con toda la razón del mundo.

Al terminar una de las tantas clases de Introducción a las ciencias jurídicas, la delegada del primer año, se acercó del brazo de alguien que mientras tanto jugaba con su pelo ensortijado. La escuché atento: “Mira, la idea es formar un grupo, se viene una huelga que seguramente durará una eternidad y queremos aprovechar para hacer cosas que aquí no se hacen”. “Aquí no se hacen cosas como leer y releer a Kelsen”, dije para mis adentros; entonces quise creer que ella y yo pensábamos lo mismo. Estaba equivocado.

Continuará, sí y sólo sí, el rating no cae...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

interesante, continua Roger...

SOLIPSISTA dijo...

Vaya creo que el nacimiento del Círculo Contranatura, se ha convertido en una especie de Leyenda y en torno a ella giran muchas versiones; y tú, te estas convirtiendo en una especie de Homero de quien no se sabe si fue historiador o literato; pero continúa, que el rating no caerá, sí y sólo sí, continúas escribiendo…